Paredes rosas repletas de espinas. Un mar nebuloso hundió mi inocencia con sus juegos sucios repletos de dedos, lenguas y bocas que se retorcieron como serpientes, enredándose hasta ahogarse en el cofre de mi hipocampo. Un agujero negro succionó los orgasmos; sin distinción alguna desvaneció los de entonces y los de ahora. Mis extremidades de plástico necrosadas por los años gritaron maldiciones como bestias gigantes amarradas por cadenas con púas venenosas enterrándose en cada nervio como un gusano que por debajo de la piel se devora mis músculos, que poco a poco se hace más grande que yo; que un día rompe mi piel y por fin se libera la pus con el olor más asqueroso del mundo, pero no tan fuerte como el dolor que sale por mis ojos, que se expulsa por mis uñas como el chirrido de un pizarrón. 

[…]

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