Hace unas semanas me uní a mi segundo “círculo de sanación para sobrevivientes de abuso sexual infantil”. Básicamente somos un grupo de mujeres que nos reunimos por zoom para platicar de nuestras historias, de nuestros procesos. Para ser muy, pero muy, honesta… al principio veía este tipo de grupos como algo tonto; la realidad es que tenía miedo, el mismo miedo por el cual la mayoría de las personas mira hacia otro lado cuando se habla de estos temas en público.
En México se registran 5.4 millones de abusos sexuales infantiles al año… me atrevería a asegurar que en tu círculo cercano de amigas al menos una de ellas ha pasado por este infierno. Quizás alguna lo ha dicho y hoy va a salir a marchar en honor a su historia; pero también muchas probablemente lo callarán hasta la tumba. Yo estaba segura de que mi secreto siempre permanecería secreto… pero no, porque mi secreto me estaba matando.
Yo viví ese infierno cuando tenía unos cinco o seis años, no lo recuerdo con exactitud, pues muchas cosas a partir de esos sucesos se borraron de mi memoria. No sé cuándo ni cómo comenzó a pasar, no tengo idea de cuándo, ni por qué mi agresor paró y para ser muy sincera creo que jamás voy a saberlo. Quizás es lo mejor, pero me hace sentir mucha frustración. Creo que es lo que más he sentido en mi proceso: Frustración. Frustración de haber tenido que vivir yo todas las consecuencias de ser abusada. Frustración de tener que ir a terapia e intentar miles de cosas para poder sanar algo que yo no rompí. Frustración de saber que nada de lo que haga ahora va a poder cambiar todos los años que pasé siendo un robot súper funcional por fuera pero muy podrido por dentro. Si la frustración fuese un sinónimo de injusticia, creo que en realidad ese es mi sentir.
Viví con muchísima ansiedad y la normalicé, de alguna forma la adopté como parte de mi personalidad; pensaba lo peor de mí; quería que me pasaran “accidentes” para dejar de sentir, porque sentía muchas cosas a la vez y cada día era más difícil controlarlas. Me cerré por completo; mi secreto era tan doloroso y me daba tanta vergüenza que para evitar fugas de cualquier tipo, cerré toda la válvula. Me quedé incompleta, sucia, culpable, inservible… pero funcional. “Toda mi vida mi cuerpo no fue un lugar seguro, entonces me refugié en mi mente”; así que me convertí en la mejor de la clase siempre; las mejores tareas; los mejores exámenes; las mejores exposiciones (esto es lo que más trabajo me costaba, pues hablar en público se sentía como la muerte para mí). Sentía que debía esforzarme mucho más de lo normal, pero como no hablaba de mí con nadie, ni conmigo, no tenía manera de saberlo. Quería ser la mejor porque sentía que algo estaba muy mal dentro de mí. Por el trauma y el dolor que produce el abuso sexual y la falta de respaldo, algunas víctimas tardan hasta 50 años en hablar sobre lo ocurrido. “Las sobrevivientes hablan cuando pueden hablar, no cuando queremos que hablen. No puedes tomar conciencia de un suceso si no estás emocionalmente lista”. De los 6 años a los ¿25? La vida se me fue como si estuviera en una pecera, como si fuera un robot, como si alguien manejara mi cuerpo con un control remoto y yo solo estaba allí de adorno. Sabía muy dentro de mí que algo estaba muy mal conmigo; pero también sabía que los demás no lo entenderían jamás porque ellos veían las buenas notas y todo lo bueno que venía con ellas, ¿qué podría estas mal entonces? Si yo era la mejor en todo.
Cuando los libros llegaron a mi vida, me ayudaron a mantenerme un poco humana dentro de ese cuerpo prestado. Llegaron a enseñarme que sí se podía estar en mi cabeza, porque en realidad me encontraba en Hogwarts. Así que en Hogwarts me refugié muchos años. Los releí una y otra vez casi religiosamente conforme iban saliendo, leía del uno al cuatro hasta que salió el cinco y entonces comencé a leerlos del uno al cinco y así me fui. El día que descubrí que esa magia que me regalaba Harry Potter de poder estar en mi cabeza “en paz” también me la podían dar otros libros, comencé a comerme al mundo. Así fue como marqué y comencé mi camino hacia la sanación sin saberlo.
La primera vez que leí sobre el abuso sexual infantil fue gracias a “Las ventajas de ser invisible”; libro en el que Charlie comienza a mandarle cartas a alguien que no conoce, contándole las cosas que le pasan, lo que siente, lo que piensa. Poco a poco podemos ver el dolor tan grande que existe dentro de él y después de muchas cartas nos damos cuenta, junto con Charlie, que sufrió de abuso sexual infantil. Aquella primera lectura la hice cuando tenía más o menos unos 16 años… recuerdo terminar de leerlo y pensar que no era un libro tan bueno. Así que lo abandoné en mi librero hasta el 2021 cuando decidí releerlo y me di cuenta de lo mucho que Charlie y yo tenemos en común. A partir de ahí todo cambió, la herida que tenía dentro de mí comenzó a infectarse tan rápidamente que no me permitió más vivir en silencio. Fue una de las experiencias más dolorosas de mi vida, sentía que había una pelea a muerte dentro de mí; las contrincantes eran la Tere que necesitaba urgentemente salvarse a cualquier costo y la Tere que demandaba continuar con el silencio. Juntas se sentían en mi pecho y en mis entrañas como un animal salvaje enjaulado que chocaba contra los muros de su prisión una y otra vez.
Cuando conocí a mi psicóloga por fin pude poco a poco y con muchísima paciencia, comenzar a sanar esta herida que estaba acabando conmigo. “No es necesario que perdones, querida Tere; juntas vamos a trabajar esto que estás sintiendo, pero es muy importante que sepas que si no crees necesario perdonar, que si no lo quieres así, no tienes que hacerlo”. Desde entonces, gracias a su ayuda y su paciencia infinita, he trabajado por sanarme. Me convertí en mi prioridad; ha sido muy difícil pues dejé atrás lugares y personas a las que amo con todo mi corazón, pero también es reconfortante saber que muchos de ellos siguen aquí cerquita a pesar de la distancia. Hoy sé que las decisiones que he tomado me han traído a un lugar dentro de mí que por fin comienza a sentirse seguro. También sé que sin las personas que me aman, nunca lo hubiera logrado… pero sobre todo, hoy quisiera reconocérmelo a mí y a todas las mujeres que como yo, han luchado o están luchando por reconstruirse, por hacer de nosotras mismas un lugar seguro; especialmente porque yo sé que es increíblemente difícil no pensar que estamos locas, que exageramos, que no fue para tanto… pero no, no estamos locas, no exageramos y sí es para tanto.
Deseo que ustedes, como yo, logren dejar de ser víctimas para convertirse en sobrevivientes. No pude ir a marchar, pero de todas formas quería decirte (y decirme) que:
YO SÍ TE CREO.
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