Antes todo era muy rápido, muy catastrófico. Me hacía sentir que en cualquier momento mis oídos, mis ojos y todos mis órganos internos colapsarían. Esta vez es diferente; como un carnaval ordenado, un caos en cámara lenta. Puedo sentir el vaso llenándose gota a gota.
Gota. A. Gota.
Lo escucho todo, pero a la vez nada: el sonido de los dientes masticando la comida; las risas en la cocina; la televisión; los pies rozando el piso; las motos que pasan enfrente de la casa; mi gato tomando agua; el tenedor sobre el plato; las palomas sobre la reja de el patio; el banquito sobre el piso; los dedos moviéndose; los ojos parpadeando; cada partícula del aire existiendo y acariciando el aire. Se siente como cuando en las películas alguien va tan rápido que da la sensación de que todo a su alrededor se detiene. Como si pudiera tocar y jugar con la gota de agua antes de que caiga en el vaso. Quisiera poder tomarla y aventarla lo más lejos posible del rebosante recipiente; pero sé que no puedo. Eso me frustra. Percibo el nudo en mi espalda oprimiéndome el cuello. ¿Cuándo se va a ir? Sé que se trata de la misma orquesta sin pies ni cabeza que antes me hacía sentir como un animal enjaulado y desesperado chocando una y otra vez contra la pared. Esta vez no soy ese animal; pero sigo sintiéndome de alguna manera prisionera en este infame espectáculo.