Hace poco descubrí que gran parte de lo que soy, o al menos de lo que he sido, se reduce a una lista de síntomas y actitudes esperadas en personas víctimas de abuso sexual infantil. Y aunque en realidad puedo contar mis propias historias con cada uno de los puntos de esas innumerables listas que he leído en artículos durante las últimas semanas de mi vida… no he podido dejar de preguntarme: ¿Qué persona hubiera podido ser de no ser esta que soy hoy? ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera tenido que ser una “sobreviviente de abuso sexual”? ¿Quién sería hoy?
El otro día escuché una frase que me ha estado taladrando la cabeza: “mi cuerpo no era un lugar seguro, así que me refugié en mi mente”. Resonó conmigo porque cuando todo dentro de mí era un corto circuito, llegaron los libros para darle un poco de claridad a esa tormenta encerrada en un eterno cuerpo de niña pequeña que fui durante tanto tiempo y que aún a veces me sorprendo siendo. Con los libros pude conocerme mejor, así que gracias a ellos crecí sin ser un completo lienzo en blanco. Diría que tomaron mi mano con paciencia y me guiaron con todo el amor y compasión que a mí me faltaba conmigo; pero la verdad es que a veces, encontré en ellos cosas muy dolorosas que aún no estaba lista para aceptar. Supongo que por eso, la primera vez que leí “Las ventajas de ser invisible” lo dejé de lado casi sin importancia porque “no me había gustado tanto”. Ahora sé que elegí no escuchar a la niña dentro de mí que gritaba, pataleaba, rasguñaba, mientras leía la historia de Charlie como si fuera la mía.
Mirando hacia atrás ahora puedo ver todo lo que pasé a raíz de haber vivido lo que viví a tan temprana edad. Ahora sé que todas esas veces que me congelé al tratar de hablar de mis emociones con mi familia, no fueron mi culpa. Ni tampoco las veces que no pude hablar en público sin temblar, inundarme en sudor y que se me cortara la voz por el llanto que tantas veces amenazó con salir enfrente de mis compañeros de primaria, secundaria, preparatoria y universidad.
De lo que no estoy tan segura, es de cuándo llegó la depresión. No sé en qué momento me volví ella o si ella se convirtió en mí. Tampoco entiendo por qué nadie nunca me preguntó si todo estaba bien cuando descubrí que con el alcohol podía enjaular al monstruo que vive dentro de mí para por fin sentirme cómoda en mi cuerpo; necesitaba tanto esos momentos de “paz” conmigo, que comencé a tomar al menos una o dos veces por semana. Y lo hacía hasta olvidar lo que había sido de mí la noche anterior. Cuando me emborrachaba podía reír a carcajadas, podía llorar hasta ahogarme, podía ser persona. Persona… eso que creí comenzaba a ser cuando adelgacé mis primeros 10kg en la universidad. Jamás me habían tratado tan bonito como cuando fui delgada. Todos me chuleaban, me felicitaban; ¿Lo hubieran hecho de haber sabido que para adelgazar tanto y tan rápido estaba tomando Redotex? Mi salvación medía menos de tres centímetros y era de una combinación de blanco con rosados; me hizo tener cintura por primera vez en mi vida, eliminó mis cachetes, mi papada y también bajó como nunca mi autoestima. Gracias al redotex, tomó toda la fuerza del mundo el monstruo que aún me cuesta ignorar cada vez que me salto una o dos comidas y aunque me sienta mal por tener hambre, me susurra en el oído: “bueno, pero al menos voy a enflacar”. Gracias al redotex conocí a Roberto.
Roberto fue el primer hombre con el que me acosté porque quería hacerlo. Y también Roberto, abusó de mí a las pocas semanas de conocernos. Él era más grande y experimentado que yo, siempre me hablaba de su ex y de lo mucho que odiaba los noviazgos. Yo creía que si seguía acostándome con él, cambiaría de opinión en algún punto. Una de las tantas veces que me pidió ir a visitarlo a su casa, me dio instrucciones de pasar a comprarle una manzana, le compré una amarilla, porque eran mis favoritas; pero cuando llegué con él, descubrí que en realidad la quería usar para fumar mota. Me forzó a fumar con él, a pesar de que yo no dejaba de toser, llorar y escupir; en algún punto se hartó de intentar y decidió tener relaciones conmigo; a pesar de que yo no dejaba de sollozar y de que no cooperé para nada. Lo que duraron sus embestidas yo no pude hacer nada más que llorar y mirar a su gato directo a los ojos. Jamás volví a pisar la zona norte por voluntad propia, nunca más acepté salir con Roberto. Aún hoy en día cada cierto tiempo me llegan sus solicitudes de amistad y yo bloqueo sus cuentas cada que llega una nueva. Espero jamás encontrármelo de frente, no creo estar lista para verlo a los ojos, no puedo ni pensar en qué sentiría si eso pasa. No sé si algún día estaré lista.
No creo que exista algo que yo odie más que el hecho de que he tenido que pasar por dos años de mucho dolor consciente en terapia para intentar sanar toda una vida de un dolor que yo no merecía. Un dolor que nadie merece. Especialmente una niña de cinco o seis años que lo único que hizo fue confiar en su hermano mayor. A pesar de que hoy sé que sanar no es olvidar; aún me gustaría poder borrarlo todo. Porque realmente no comprendo, no me entra en la cabeza cómo es que yo debo recordar todo lo que esa persona que se suponía debía amarme y protegerme me manipuló para que hiciéramos. Odio recordar cómo me hizo pensar que jugábamos a ser personajes de Digimon; odio recordar su lengua y lo que sentía cuando la usaba conmigo; odio recordar su miembro en mi boca; odio recordar cómo me preguntó si me dolía cuando intentó meter su pene en mi vagina de niña; odio recordar el cuarto, la litera, el baño, la alberca inflable en el patio. Pero también odio el haber olvidado; porque recordar a medias es una tortura: ¿cuánto tiempo duró el juego?, ¿por qué nunca pude decir nada?, ¿qué fue lo que hizo que todo parara?, ¿fue la consciencia de él, o alguien lo descubrió?, si así fue: ¿quién?
Cuando el juego se esfumó, no se fueron con él todas las cosas que despertó en mí y que yo no debía descubrir a tan corta edad. Comencé a masturbarme. Lo hacía muy seguido, incluso recuerdo que alguna vez la señora que ayudaba en casa me descubrió y me hizo prometer no volver a hacerlo “o le iba a decir a mi mamá”. Seguí haciéndolo… supongo que ahí comencé a tejer el hilo de mentiras en el que se convertiría mi vida, en el que me convertiría yo. Me volví una caja fuerte, nada salía de mí; si estaba triste no lo decía, si algo me gustaba sentía que no importaba; todo lo que esa niña era lo convertí en una microscópica partícula de mugre que no valía la pena ser vista ni escuchada. Pero todo aquello que yo no decía, mi cuerpo lo gritaba con mis malos humores repentinos; mi desconfianza hacia todos; mis miedos; mi ansiedad tan normalizada; mis pesadillas; todas las veces que me hice pipí en la cama durante años; cuando me rasguñaba los brazos para poder sentir algo; la vez que sólo recuerdo sentir muchas cosas a la vez y lo siguiente que recuerdo es una jeringa de insulina llena en mis manos; las veces que ya nada importaba porque no tenía cabeza ni fuerzas para imaginar que para mí pudiera existir un futuro… y un largo etcétera.
Cuando fui consciente de mi depresión, me torturaba el no encontrar una respuesta al “¿por qué apenas ahora me pasa todo esto, si aquello pasó hace tantos años?”; hoy me da un poco de tranquilidad (pero también mucha tristeza) saber que en realidad no es que un día mi cabeza dijo: “Oye, ya es momento de que te joda la vida el haber sido abusada de chiquita”, sino que fue como una bola de nieve que durante años fue rodando y rodando hasta convertirse en el gigante que me aplastó hasta dejarme en el piso como una bolsa vacía y arrugada.
Sigo sin estar segura de muchísimas cosas, aún no sé si algún día me va a dejar de doler; sinceramente creo que este es un dolor maldito que yo no merecía y que jamás va a terminar de irse. Me enoja muchísimo tener que haber pasado todo lo que he pasado para poder llegar al día de hoy… Y me enoja mucho más saber que allá afuera hay miles de niñas pasando por lo mismo que yo pasé, o por cosas peores. No creo poder encontrarle algún día “un sentido”; mucho menos una razón. Jamás me va a dejar de parecer injusto el que nunca voy a conocer a la que pude haber sido de no haberlo vivido; pero me consuela un poco saber sí puedo conocer a la que soy hoy que sobreviví al abuso sexual, que sobreviví a mí.
Por todo esto:
Yo te creo.
Yo me creo.
-Tere