Para mí es muy fácil decir que tal o cual libro cambió mi vida, no porque sea mentira, sino porque desde que tengo memoria me la he pasado con la nariz enterrada entre los que por muchos años fueron mi única manera de conectar con mis emociones. Pero hay un libro en especial que me hizo recordar cosas muy oscuras de mi pasado. Un libro verde que leí en la prepa de un jalón y que ni siquiera me di el momento de procesarlo. Fue como si con cada palabra que iba leyendo, mi cerebro al instante las borrara; en ese entonces tenía unos dieciséis o diecisiete años y era experta en ignorar mis emociones. Así que lo dejé enterrado en mi librero, dispuesta a no volver a abrirlo nunca más. 

Hasta que decidí releerlo hace poquito más de un año. Pero la Tere de entonces tenía un defecto, o así lo veía ella: la fiel muralla que durante tantos años la había protegido de sus pensamientos, se había fracturado. Por lo tanto, al releer la historia de Charlie, caí en un agujero negro muy profundo, porque no solamente entendía la situación de Charlie, la recordaba en carne propia. Era como si Charlie hubiese dejado de ser Charlie para convertirse en Tere. Y Tere, sin herramientas para hacerlo, tuvo que vivirlo todo nuevamente. Los flashazos se intensificaron, el sentimiento de culpa salió de su escondite para inundarme por completo, las dudas me taladraron la cabeza, dejé de ser mi yo adulta para transformarme en la niña de seis años que había sido víctima de abuso sexual y que como Charlie, no había dicho nada, ni reconocía que aquello le hubiera pasado. Conforme pasaban los días todo empeoraba, creí que me había perdido para siempre. Pensé que había destruido toda mi vida al decir en voz alta lo que me había pasado; comencé a tener pensamientos terribles, pensamientos que por más mal que me sintiera antes, jamás había tenido. No así de lúcidos, no así de reales. Y me espanté. 

Como si fuera un milagro, una muchacha con la que nunca hablaba, pero con la que nos seguíamos en varias redes sociales, me escribió por WhatsApp para preguntarme cómo estaba, pues había leído mis múltiples tweets, donde con letras de Cuarteto de Nos y pensamientos propios, dejaba en evidencia que necesitaba ayuda urgentemente. Me pasó el número de mi psicóloga, Tania. Y casi puedo asegurar que con ese acto solidario, me salvó la vida. Así que, hace exactamente un año, comencé a ir a terapia. Recuerdo perfectamente que en cuanto comenzó la primera sesión, justo después de, como pude, explicarle por qué había decidido comenzar mi proceso terapéutico, le dije casi como una súplica: “solamente quiero poder perdonar, para dejar todo atrás”. Y Tania, con todo el amor del mundo me explicó que perdonar no era necesario, que ella estaría acompañándome en el camino y que juntas íbamos a trabajar con todo lo que por años me asfixió… pero que, si yo no quería perdonar, si no lo sentía necesario, no tenía que hacerlo. 

“Y eso no es lo peor, las poquitas veces que he logrado burlar la maldita muralla, roerla hasta que me deja asomarme mínimamente… (como ayer que a media sesión logré ver un malvado ratón), todo el peso del mundo cae sobre mis pulmones, todo mi avance siento que se va a la basura, me siento triste, sucia, tonta, débil, sin ganas de seguir. Con las únicas y terribles ganas de que todo pare, de poder descansar, de que me cambien el cerebro por el de alguien más”. (Tere Zamora, 13 de Octubre del 2021)

Ha sido un año difícil. Ojalá pudiera ir a decirle a esa Tere que lo logramos, que hoy no solamente somos capaces de pararnos frente a frente al ratón, a la asquerosa rata, al tigre, al dragón; hoy los enfrentamos, los miramos directamente a los ojos con valentía. Y ellos saben que ya no nos controlan. Y nosotras, esta y aquella Tere, nos sentimos tranquilas. Nos sabemos fuertes con la voz que nos hemos construido. Una voz firme que nunca más quiere desaparecer. Una que ha vencido los miedos, que ha logrado escribir para que se escuche no solamente su historia, sino todas las historias de las otras mujeres que como ella, tuvieron que pasar por el mismo infierno.

Felicidades a aquella Tere llena de miedos y dudas que hace 365 días se aventuró en el proceso más angustioso de su vida y que salió victoriosa. Me siento muy orgullosa de ella y me llena de dicha saber que ya no es una víctima. Es una sobreviviente. 

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