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La chica de la ventana se sienta todas las mañanas a escucharme. Sé que no escucha al petirrojo, de alguna manera estoy segura de que me oye a mí. ¿Cómo se llamará? La primera vez que la vi, me pareció un Mirlo. Con lo que en aquél momento me daban la impresión de ser sus largas y delgadísimas plumas negras que solamente nacían de su cabeza; su cuerpo delicado pero fuerte; su nariz respingada y tan perfecta que no entendía cómo le hacía para respirar. Y sus ojos, ese par de nueces almendradas impecablemente situadas en su rostro ovalado.
Incontables soles pasaron en los que le dediqué cada nota, me parecía maravillosa la manera en que ella sonreía y daba pequeñas vueltas al ritmo de mi canto, me hacía sentir que existía una conexión entre nuestro par de almas. Recuerdo haber creído que ella era tan mía como suya era mi existencia. Porque… ¿de qué otra manera podía ser? Si cada vez que de mí salía su música, sus ojos brillaban como llenos de la luz que se refleja en el lago al mediodía, sus largas plumas danzaba contra su cuerpo y el aire, casi flotando a su alrededor. No paraba hasta que sus mejillas hicieran lucir su rostro como un tulipán. Quería que me tomara entre sus brazos e hiciera conmigo lo que se le apeteciera. Quería que me apretara contra ella hasta que cada una de mis células se llenara de su ser. Pero sobre todo, me moría por que algún día aquella ventana se abriera para que ella me permitiera escuchar su canto. Claro que yo lo había soñado mil veces, me había imaginado ya todos los tonos, desde el más grave al más agudo. Sabía que mi obsesión estaba llegando a niveles arriesgados, pero ya nada me importaba más que aquel delicioso ser.
La verdad es que no lo pensé, en realidad fue más un impulso, un momento de adrenalina, un segundo decisivo. Su rostro estaba inundado, seguía viéndose hermosa, pero era como si todos sus brillantes colores se hubieran vuelto fríos. Había abierto por fin la ventana y veía el cielo mientras sus ojos continuaban regándola como a una planta la lluvia. El tambor dentro de mí se descontroló tanto que por un momento creí que me caería. No supe qué hacer, mis alas cobraron vida propia dirigiéndome en automático hacia la ventana. Esos cables ya se habían cobrado las vidas de varios compañeros, a otros los habían dejado medio muertos en el pasto. Y a los más suertudos los había condenado a una vida (corta, sí) sin poder volar. No tuve tiempo ni de sentir el dolor de la electricidad inundándome. Todo se volvió negro y en mi cabeza resonó una música desconocida que me hizo sentir flotar hacia el pasto.
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Ahora que desperté, siento todo el cuerpo extraño. Habrá sido por los toques, ¿no?. No puedo volar, lo cual significa que mi vida ya no será muy larga, pero no siento miedo. No, el verdadero terror llega cuando me doy cuenta. No puedo volar porque no tengo alas. Mis patas ahora son un par de extremidades largas, muy parecidas a las de la chica de la ventana, quizás un poco menos blancas y definitivamente menos delgadas. En donde estaban mis alas hay brazos también como los de ella. Y como ella, de mi cabeza caen unas delicadas plumas largas, aunque menos largas y menos oscuras. Me gusta mi cuerpo, ¿así se verá ella sin esos adornos que le pone todos los días? Así, tan pequeña por la mitad del torso y ancha por debajo. Así, con un par de suaves frutos protegiéndole el pecho y sus largas plumas cayendo por todas partes. Siento mi rostro caliente y mi boca seca como consecuencia de aquellas imágenes.
Escucho un ruido que me hace voltear y la veo. Me quedo allí parada sin saber qué hacer, pensando en que pasaré desapercibida como todas las veces que se ha asomado por la ventana. Pero sus ojos no tardan en posarse sobre mí. Me examina de arriba a abajo. Su rostro se pone del color de un tulipán, como cuando baila mi música. ¡Mi música! Intento cantarle pero mi música ya no existe, no sale de mí más que un terrible ruido gutural. Siento desesperación. Mucha.
Da unos pasos hacia atrás, confundida. Decido ir hacia ella. Está tan cerca de mí que su olor me derrite. Es una explosión frutal que me hace salivar como si me hubiera convertido en un perro. No vuelvo a intentar realizar sonido alguno por temor a espantarla. No quiero que se vaya nunca. ¿Será que me va a meter a alguna jaula, me pondrá un nombre y seré por fin de su propiedad? Me hace feliz imaginármelo, podría acurrucarme con ella mientras duerme, la dejaría adornarme a su gusto, comería solamente lo que ella quiera darme de comer y sería su más fiel compañera. Por mí puede llevarme hasta el mismísimo infierno si así lo desea. Pero cuando veo sus ojos me dan ganas de morirme, están oscuros, fríos, no hay rastro de su habitual primavera. Toda ella se siente tensa, como un animal que está a punto de ser atacado por el más temible monstruo. De repente se hecha a correr hacia su gran nido y lo cierra con fuerza. No sé qué hacer. Quisiera que me tomara en brazos y me llevara con ella. Me dedico entonces a rascar su nido por todos lados, he visto a algunos perros hacer eso y casi siempre les funciona. Pero no, nada.
Comienza a anochecer y cada vez siento más frio. Estoy cansada de rascar por todas partes, mi cuerpo se siente tenso. Pero más allá del dolor y del frío, algo dentro de mí está roto. Camino hacia mi árbol y con mucho esfuerzo intento subir. Noto mi piel llena de sangre por todas partes, me duele. Una vez lo suficientemente arriba logro ver su ventana y la veo. Pero ella da un grito lleno de terror en cuanto cruzamos miradas. Intento cantar nuevamente; el dolor es cada vez más fuerte y de mi garganta solamente salen unos sonidos roncos y ahogados. Decido no volver a mirar la ventana… de mi Mirlo no queda nada.
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Virginia tardó muchos meses en recuperarse de aquél susto, pero más trabajo le costó acostumbrarse a la ausencia de su canario; ese que le cantaba sin falta todo el año y que justo un día después del susto de muerte que le había dado la mujer desnuda con mirada desencajada que había intentado meterse a su casa de todas las maneras posibles, encontró botado sin vida en el pasto, precisamente debajo de su ventana.
Cada día mejor, excelente, más cuentos por favor.
Gracias por seguir escribiendo.
Estoy muy orgullosa de saber que después de mucho tiempo que no habías podido escribir, pudiste vencer este proceso y te volviste una mejor Tere del pasado
Sigue así
Te quiero mucho
Felicidades mi niña!!!