Año tras año he sido esa persona que intenta hacer ejercicio y lo deja. Son pocas las veces que he superado los días en que todo duele y uno se empieza a realmente sentir más fuerte. Cuesta, cuesta muchísimo hacer ese sacrificio por el cuerpo… y últimamente empecé a ejercitar mis emociones.

Solía pensar que ir a terapia se hacía una vez que uno ya estaba más o menos estable, al menos lo suficientemente estable como para poder hablar en voz alta de todas las cosas que a uno lo lastiman.

Durante años tomé como cosas normales todo lo que me sucede, como si todo fuera parte de mi personalidad: morderme el labio por dentro hasta sangrar una y otra vez; hacerme un callo en la palma de mi mano izquierda por enterrarme las uñas cada que me pongo nerviosa; ponerme nerviosa por absolutamente TODO; entrar a una burbuja cuando tengo que socializar; pensar en todas las cosas malas que pueden suceder; temblar; llorar más de la cuenta; las lagunas mentales; las explosiones; las noches de insomnio; la despersonalización y un largo etcétera. 

Hace unos meses comencé a tener pensamientos terribles, pensamientos que por más mal que me sintiera, jamás había tenido. No así de lúcidos, no así de reales. Y me espanté. 

Empecé a ir a terapia, por primera vez consciente de que era absolutamente necesario, de vida o muerte, hablar -o al menos intentar- todo eso que me ha estado lastimando a diario. 

No escribo esto para justificarme, “no puedo hacer tal cosa porque estoy triste”; “estoy deprimida”; “tengo ansiedad”. Porque aunque todas esas afirmaciones sean reales, la verdad es que lo han sido por años y aún así he logrado muchas cosas de las que me sentí y me sigo sintiendo orgullosa. Pues soy una persona maravillosa que es muchísimo más que su ansiedad, que su depresión y que todas las cosas terribles que le ha tocado vivir -y que nadie, absolutamente nadie debería experimentar jamás-. Entonces sí, soy más que todo lo malo: soy resiliente… pero también soy humana. 

Y por más fuerte, maravillosa, increíble que sea una persona, al final puede llegar a cansarse. 

Me bastó una sesión para darme cuenta de lo romantizado que tenía el ir a terapia; me metí por la garganta mis manos lastimadas para intentar deshacer el nudo que me impedía hablar. Hablé… me costó semanas, pero hablé. Y pensé “aquí está, ya todo va a estar bien”. 

Pero entonces me descubrí incapaz de responder preguntar muy puntuales, muy simples: 

     -¿Cómo te sentiste cuando pasó _____ ?

     -¿Qué pensaste cuando _________?

     -¿Cómo estuvieron tus emociones esta semana?

     -¿Cómo te sentiste emocionalmente el sábado? 

     -¿Cómo te sientes en este momento? 

     -No sé. 

     -El “no sé” es la respuesta de la evasión. 

Pero no estaba tratando de evadir nada, no conscientemente. Entonces me di cuenta de lo fuerte que es mi cabeza. Lo suficientemente fuerte para eliminar recuerdos de mi yo consciente; lo suficientemente fuerte para enfermarme de la panza; para hacer que me salgan ronchas por todo el cuerpo; tan fuerte como para construir una muralla blanca y gruesa con la que choco de golpe cada que intento recordar ¿cómo me sentía cuando…? ¿Qué pensé cuando…? ¿Cómo estuve en la semana?… 

Y eso no es lo peor, las poquitas veces que he logrado burlar la maldita muralla, roerla hasta que me deja asomarme mínimamente… (como ayer que a media sesión logré ver un malvado ratón), todo el peso del mundo cae sobre mis pulmones, todo mi avance siento que se va a la basura, me siento triste, sucia, tonta, débil, sin ganas de seguir. Con las únicas y terribles ganas de que todo pare, de poder descansar, de que me cambien el cerebro por el de alguien más. 

Ayer mi psicóloga me dijo que es necesario. ¿Se imaginan? Yo no tenía ni idea: Es necesario recordar, ver frente a frente mis dolores más grandes para poder sanar. Un ratoncito me desmoronó completita, ¿qué voy a hacer cuando me enfrente a una asquerosa rata, un tigre, un dragón? 

Supongo que lo iré descubriendo en el camino… 

Espero algún día regresar a este texto con mis emociones bien musculosas después de tanto gym. Deseo regresar aquí y darle un abrazo a la que entonces será la Tere del pasado.

12 comentarios

  1. Te mando un fuerte abrazo, siempre que lo necesites, ya estás siendo fuerte y valiente desde que decidiste hacer esto por ti.
    Te quiero 🧡

  2. Cruzar la pared la primera vez es difícil. Ese espacio que rompes es el que usas para atravesarla una y otra vez. Sí, llena de moretones y heridas. Sí, duele. Pero cada vez que la atraviesas es una victoria. Y luego otra. Y otra. Hasta que la resiliencia te lleva a vencerlo todo hasta amarte a tí misma de nuevo.
    Un abrazo, Tere.

  3. Te quiero mucho y te admiro mas,siempre eres paz de brillar aunque tengas mil murallas. Te mando un fuerte abrazo y sabes que siempre estoy

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