Siempre se ha encargado de que a mis pulmones en lugar de aire, les entre hielo. Un hielo tan pesado que casi me asfixia. Casi. Ese casi es el que durante años, ha logrado por poco enloquecerme. Soy incapaz de saber cuántas veces he deseado que ese casi deje de estar a medias y pase a ser algo completo. Sin importar el costo. Porque vivir a medias es una mierda. Es nunca estar segura de tus colores; jamás creer que alguien realmente mataría dragones por ti… es tener un signo de interrogación tatuado en la frente.
Una vez me dijeron tierna al saber que si voy a compartir con alguien mis panditas, esa persona debe de seguir mi regla porque no puedo permitir que un naranja se vaya si aún quedan verdes. Escuché risas cuando me animé a contar que al pagar algo siempre he de llevar el cambio exacto en las manos. He visto a las personas que más amo poner los ojos en blanco las veces que no he podido responder una llamada, preguntar una dirección o moverme de mi lugar porque mi cuerpo no responde. Y el problema es que en donde ellos ven una simple lluvia, hay una tormenta eléctrica, un huracán, un tsunami, un terremoto; todos juntos como una desafinada orquesta que me consume.
Nunca he sabido explicarla, siempre ataca diferente; algunas veces el ruido a mi alrededor se vuelve un silencio ensordecedor; las luces y colores se juntan hasta abrumarme y meterme de golpe en una pecera del acrílico más grueso; siento una campana en el pecho que alguien toca y que no puedo atender; todos mis huesos se rompen; mis manos se vuelven ganchos llenos de hormigas que se mandan solos; el tiempo se borra en mi memoria. Y entonces la orquesta desaparece pero se queda el hielo que invade mis pulmones; la cortina que me separa de la película; la resaca; la certeza de que no es invitada, ni bienvenida, pero que no falta.

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