Hace dos semanas mis libros empezaron a desaparecer. Bueno, en realidad son las historias las que están esfumándose y para ser honesto, eso es mucho más preocupante. Quizás estoy enloqueciendo, la verdad es que jamás me había ocurrido algo similar.
Verás, me di cuenta hace exactamente 14 días… ¿por qué? Pues porque saqué mi copia de Ensayo sobre la ceguera con la intención de releerlo y adentro lo único que encontré fueron páginas tras páginas de blanco total. Recuerdo haberme preguntado qué tan probable sería que mi libro fuera alguna especie de edición especial de aniversario que al pasar el tiempo perdía la tinta y dejaba al libro en blanco haciendo alusión a la historia misma. Y acaso si me hubiera quedado con esa idea, hoy no estaría pasando por esta incertidumbre.
Intenté ignorar las páginas en blanco, esa ceguera absoluta; pero luego de unos días de ver a mi libro acomodado como si nada entre los otros, comencé a sentirme muy incómodo. Como si todos los demás ejemplares supieran que su presencia junto a aquél pobre afónico pesaba. Así que tomé otro al azar, uno de mis favoritos del año pasado: La señora Dalloway; pero el único flujo de consciencia que encontré fue el mío… «blanco, blanco, vacío, nada, blanco, blanco, no puede ser, no hay nada, no hay ni una sola letra, nada».
Seguramente estarás pensando que enloquecí o que simplemente eran errores de imprenta perfectamente posibles; que probablemente me habían tocado dos copias en blanco de dos grandes libros y que era una casualidad enorme que los descubriera con unos días de distancia entre cada uno después de haberlos tenido por años en mi librero. Y la verdad es que traté de convencerme de lo segundo aún cuando tenía la certeza de haberlos leído, la certeza incluso de haberlos marcado y anotado. La seguridad de haber visto los post-its de colores entre las páginas deshabitadas que marcaban un silencio ensordecedor.
En mi intento de convencerme decidí apartar los libros mudos de todos los demás. No porque pensara que aquello se trataba de alguna epidemia literaria y que si alejaba a los infectados de los sanos, podría evitar futuros contagios y por fin olvidar el extraño acontecimiento. En realidad sigo sin estar muy seguro de por qué lo hice, lo cierto es que en ese momento me pareció ideal formar una pequeña pila de dos libros en el piso, lejos de mis libreros.
Unos días después estaba platicando con un amigo muy querido cuando recordé una frase de Amigo Imaginario, libro que teníamos en común y que los dos habíamos disfrutado mucho en su momento. Para entonces, la ausencia de los libros en blanco pesaba menos que su ruidosa presencia en los libreros; quizás por eso yo ya veía ese evento como algo aislado, como un mal sueño al que no tenía que regresar si no había nada que me lo recordara. De no haber abierto el libro con portada negra para encontrar la frase; la frase que de todas formas recordaba; la frase que de no haber recordado, sí hubiera podido buscar en internet. Estaba en mi cabeza, prueba contundente de que en algún momento había leído aquello en alguna de las páginas ahora vacías del gordo libro. «Hay un final para todos. Que sea feliz o no depende de cada uno».

Luego de pasar página por página en búsqueda de aunque fuera una sola letra escondida; una a, m, t, o z abandonadas entre aquél espectral océano en blanco, comencé a sentir que todo a mi alrededor daba vueltas. Era como si un ser espectral hubiera decidido pasear por mi librero para beberse el alma de mis libros. Dejé el nuevo ejemplar vacío en el piso y comencé a sacar uno por uno los demás.
Donde antes encontré la entrada a Narnia, ahora no había ni rastro de magia. Se me había perdido Sherlock y ni siquiera había una minúscula pista para intentar encontrarlo. No había más rastro de Hogwarts. Los héroes y mediadores ya no existían. Pepe Corcueña ya no se reía de nadie. Percy Jackson se había ahogado en un mar invisible. La ciudad de cristal quizás se volvió totalmente transparente. Ana Frank ni sus luces. Sabines se esfumó. De Neuman apenas y encontré algunos Barbarismos.
No sé cuántas horas habrán pasado, pero cuando terminé de sacar los libros vacíos, mi piso estaba repleto de tumbas sin cadáver. En mi librero apenas quedaban unos cuantos suertudos; para mi sorpresa, se trataba de los libros que estaba leyendo en el momento y los pocos que releía al menos una vez al año. Sentí un escalofrío mientras recorría cada párrafo de mi Inventario de Benedetti, desde Soy un caso perdido hasta Viceversa. Se me escaparon unas lágrimas cuando me di cuenta de que ahí estaba todavía Orlando. Todavía pude encontrarme con Evelyn Hugo. Los cuentos de Amparo Dávila aún me esperaban para regalarme pesadillas. Mäywen deseaba que la conociera. El país con la cola de paja seguía recordándome que no es lo mismo ser un cobarde que un miedoso.
Casi te puedo jurar que en ese momento sentí una luz iluminándome la cabeza que me obsequió la seguridad de saber qué hacer a continuación. Por eso estás leyéndome. Por eso, debajo de ésta hoja hay un montón de libros esperándote con ganas de ser leídos; con ganas de seguir vivos.
Te entrego lo que queda aún con vida de mi biblioteca, confío en que no conviertas estas historias en libros olvidados.
-N

6 comentarios

  1. Fantástico! Y un poco terrorífico 😅, pero muy chido. Me recordó, el primer párrafo, al libro salvaje, no sé porqué pero me llegó a la mente.

    Bravo 💖

  2. Recuerdo la sensación que me despertó este escrito en su momento, fue una especie de ansiedad una especie de miedo escondido, me gusto mucho tu escrito 😀

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