Hace unos meses mi mejor amiga me regaló un set de cuatro tazas de cerámica que juntas arman un cascanueces y por cosas de la paquetería, llegaron rotas. Aferrada como soy, desde que llegaron decidí pegarlas con un botecito de Kola Loka; pero apenas hoy me dispuse a sentarme en el piso junto a todos los pedacitos color rojo, blanco, dorado, negro y melón. Comencé entonces con la tarea y muy pronto me di cuenta de que ese cascanueces fragmentado y yo nos parecíamos mucho. Ambos fuimos destrozados en cachitos a manos de alguien más; los dos solíamos ser una pieza completa que un día dejó de estarlo. Y también los dos, estábamos tratando de pegar nuestro pedacitos de regreso a su lugar… aunque muchos de nuestros fragmentos habían sido tan rotos que ya no encajaban en sus sitios. Con calma, y quizás más paciencia de la que me he tenido a mí, seguí con mi ahora ya muy personal trabajo de enmendar mi cascanueces. Intenté de todas las formas posibles, limé algunas partes de su cuerpo y poco a poco fui testigo de cómo el montón de pedacitos tomaba forma. A pesar de que a simple vista el cascanueces ya tenía el aspecto de un cascanueces ordinario; se podía notar poniendo un poquito de atención, el pegamento uniendo las partes; los huequitos blancos aquí y allá; el inminente testimonio del trauma que lo había azotado un día. Él no lo sabe, pero mientras me mira desde la barra de la cocina con su parado recto, sus mejillas sonrojadas y sus grietas… advierto como algo dentro de mí estruja todos mi cuerpo, casi puedo sentir mi sangre transitándome.

Hace tres años yo no tenía idea de cómo sería el camino al que estaba metiéndome al comenzar a hacer por fin algo por mi salud mental después de pasar toda mi vida siendo miles de ausencias. Porque desde pequeña fui desterrada por alguien más de mi propio cuerpo; no era dueña de mis manos, mis uñas, mis ojos, mis pestañas, mi estómago, mi ombligo y mucho menos de mi mente. Pero el día que la Epifanía llegó y ya no hubo vuelta atrás, comencé a reapropiarme de mis fragmentos, grietas y hasta de los más mínimas partículas que flotaban en una nube y componían mi ensayo de cuerpo. Todos los días desde entonces me atiborra el deseo de aspirarlo todo para tirarlo a la basura, lanzarlo lo más lejos posible para poder perderlo y olvidarlo. Porque es cansado, porque es frustrante, porque yo no lo merecía y no fue mi culpa que pasara así, pero aún así pasó. Hoy el cascanueces me reveló que quizás esa no es la forma, porque sin los trozos me quedo sin piezas para la reconstrucción. Tal vez aún debo resistir un poco más el dolor que vino con este proceso de restaurarme. Quizás, sólo quizás, un día voy a conseguir sentirme en paz con todas mis fracciones que tanto tormento está siendo unir. 

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